A veces, es lo mejor
Durante mi vida y mis últimos años, me he topado con comentarios de gente diciéndome que desearían que yo no tuviera discapacidad, que esperan que me recupere (Como si estuviera enferma), que la vista es un regalo divino y esas cosas. Incluso, hay quien me ha cuestionado el porqué se permitió que me operaran para no volver a ver nunca más si había nacido con baja visión y a lo mejor pudiese haber una esperanza.
Vamos a detenernos a pensar por un segundito…
Solo imagínalo… un día, le hacen una operación para que vea, abre los ojos y se topa con un montón de luces, colores y formas que no logra comprender, porque no las conoce. De hecho, tendría qué aprender, no solo una nueva forma de hacer las cosas, ahora con vista, sino que tendría qué aprender prácticamente a ver. Todos lo hacen. Los bebés, incluso, comienzan a desarrollar esta habilidad a partir de sus primeros meses de vida con estimulación, observando los objetos, los colores y las luces, mientras se habitúa y comprende estas señales que llegan a su cerebro. Uno no nace viendo tal cuál.
Supongo que sería, hasta cierto punto, estresante.
Existe una película llamada “A primera vista”, que refleja un caso muy parecido. La recomiendo ampliamente.
Pero volviendo a mi caso personal, estuve charlando con mi madre de este tema y estuvimos analizando los pros y los contras de que hubiera seguido esperando algún tratamiento para el glaucoma.
Así que… suponiendo que nunca hubiera perdido la vista y por ende, mis ojos:
–Hubiera podido mejorar mis habilidades de lectura en tinta, quizá, poniéndome al corriente con quienes siempre han leído con sus ojos, dominando esta manera de leer así como el braille.
-Seguiría viendo los colores.
-Puede que mi vista hubiera mejorado más dándome oportunidad de darle un mayor uso.
-Mis papás tendrían aún qué llevarme a la escuela e ir por mí.
-Tendría qué tener un acompañante siempre que vigilara que no me fuera a golpear contra nada.
-Nunca hubiera aprendido a andar en camión.
-Estudiar música me costó sangre, sudor y lágrimas y todo fue porque yo me moví a solas y sin decirle a nadie. Si hubiera seguido siendo débil visual, nunca hubiera podido estar sola y por tanto, ese plan no hubiera existido. Así que sí, tampoco estaría estudiando eso que tanto amo.
-No hubiera podido si quiera aprender a cantar por miedo a que las vibraciones de la cara le afectaran a mis ojos.
-Nunca hubiera entrado a trabajar.
-Seguiría teniendo un perfil muy bajo en la escuela y en mi círculo social por no poder salir gracias a la sobreprotección familiar.
–No hubiera aprendido a nadar, ni andaría escalando en los cañones o haciendo actividades extremas.
-Nunca hubiera hecho ese primer viaje en avión completamente sola.
-Los medicamentos que usaba para controlar el glaucoma tenían efectos secundarios, como dejarme los dientes amarillos o la piel quemada. Bueno, sumémosle 10 años más de uso. ¡Quizá también hubieran dañado otras cosas!
–No tendría la posibilidad de llevar una vida independiente, de nuevo, por los miedos del círculo que me rodeaba y porque yo misma lo hubiera visto como lo mejor para mí al querer cuidar y conservar ese resto visual.
Y así podría seguir…
Estoy consciente de que una discapacidad no es algo que todos queramos. No es como que digas: ¡Ay, qué genial ser ciego, yo quiero! Pero hay casos donde de las posibilidades que uno tiene para elegir, pueden tener, en lo que se considere como lo peor, la oportunidad de desarrollarte mejor y tener una calidad de vida mucho más plena y satisfactoria.
Yo, por mi parte, no cambiaría todo lo que he tenido qué vivir en estos 10 años por nada. Siento que he crecido mucho y que he aprendido tantas cosas, incluyéndome poco a poco en círculos nuevos donde hay gente que tiene discapacidad y otros que no a quienes aprecio muchísimo.
Entonces, eso que parece tan horrible, que tanto intentamos evitar, a veces, es lo mejor… O al menos en mi caso, lo fue.